1.-
Reconocer las partes de su cuerpo y los límites adecuados con otras personas.
Enseñarles cómo se llaman las partes de su cuerpo, sus zonas íntimas y privadas
que no deben exponerse y nadie debe tocar, mirar o fotografiar, marcando
claramente los límites adecuados para relacionarse con los demás en función de
su edad, ayudándoles a entender que sólo pueden mostrarse para acciones de
higiene o médicas.
2.-
Llamar a las cosas por su nombre. De la misma forma que identifican y localizan
sus rodillas, su boca, su nariz... han de saber nombrar su pene o su vagina, sin
usar “motes cariñosos” que pueden generarles confusión y que, desde luego, no
utilizamos para otras partes del cuerpo.
3.-
Comunicarles mensajes congruentes y consistentes. Los niños y niñas aprenden
más de nuestras acciones que de nuestras palabras, por ello, si les hablamos de
límites de protección para sus zonas íntimas y privadas, hemos de respetar sus
espacios de intimidad cuando nos lo pidan.
4.- Respetar su cuerpo y sus límites. En línea con el punto anterior, debemos respetar sus negativas y deseos en cuanto a las muestras de afecto que decidan dar o no: no podemos confundirles explicándoles que su cuerpo les pertenece y han de poner límites y luego obligarles a besar o abrazar a tal o cual persona, más por nuestra necesidad que por la suya. En la medida en que se sepa decir un “no” educado y respetuoso delante de nosotros ante figuras cercanas, les ayudaremos a defender sus límites y su cuerpo cuando nosotros no estemos presentes y, de la misma forma, en la medida que nosotros respetemos esas acciones, integrarán que si alguien sobrepasa sus límites contará sin dudarlo con nuestro apoyo.
5.- Fomentar la comunicación. Tenemos que ayudar a nuestros hijos a comunicar sus pensamientos, expresar sus opiniones y reconocer y hablar de sus emociones con nosotros, a través de espacios de diálogo, tiempo en familia y, especialmente, predicando con el ejemplo. Somos su espejo: si nosotros lo hacemos, ellos lo harán por imitación.
6.- Cultivar hábitos y acciones preventivas. No se trata de tener miedo, se trata de, siendo conscientes de que la mayoría de los agresores son familiares o allegados, dejarles muy claros quién puede acostarlos, lavarlos o desnudarlos, cómo y cuándo, y estar muy atentos a las interacciones que realicen con los demás. Sin duda, no hay mejor herramienta preventiva que conocer a nuestros hijos e hijas y ser capaces, así, de percibir cualquier cambio o alteración en su comportamiento y estar accesibles para ayudarles a resolver sus inquietudes.
Os animo a seguir las actividades que realiza REDIME para la prevención del abuso sexual infantil y el acompañamiento a las víctimas, asociación a la que dediqué mi anterior post en este blog.
A ti por leer y comentar :) Saludos,
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