¿Conocías esta leyenda?
Yo supe de ella gracias a una de mis primeras clientas británicas, Glyn.
Un buen día me llamó para decirme que el promotor le exigía noventa mil euros más de lo pactado por la vivienda porque ya no tenía 160 m2 (según señalaba el contrato privado) sino 190 m2 (según afirmaba el susodicho).
El susodicho era un profesional de la promoción inmobiliaria tremendamente creativo e innovador, todo hay que decirlo. En algún momento de su recorrido artístico, respecto de otros clientes, se le fue tanto la mano con la creatividad que acabó cayendo por el precipicio del Derecho Penal.
En el caso de Glyn, al que presuntamente se le fue la mano fue al albañil.
Con el palustre.
Sí, lo que pasa siempre: que te pones con los cimientos, los pilares, los muros, ensolas, echas la lechada, suenan pitos, luego se oyen flautas y, sin saber cómo, cuándo, ni por qué, la casa te sale más grande de
lo planeado.
Consultas el procedimiento administrativo de concesión de licencia de obras y primera ocupación en el ayuntamiento correspondiente, recopilas la información oportuna en el registro de la propiedad competente y haces una visita a la Dirección General del Catastro.
Y, en los tres casos, administraciones
ignorantes de la leyenda, la vivienda en cuestión seguía teniendo 160 m2.
No hubo forma de escriturar. "No sin mis noventa mil", insistía el promotor.
Tras una serie que duró más de tres años (nuestra demanda, sentencia
estimatoria de nuestra demanda, recurso de apelación de contrario, sentencia desestimatoria
del recurso, repique por el que estuvimos a punto de presentar demanda ejecutiva),
el promotor otorgó la escritura de compraventa a favor de Glyn.
Glyn buscó los metros de más que la leyenda prometía, pero nunca fue capaz de aclarar el misterio.
Ahí está la gracia de las leyendas, dicen -no sin sorna- los más viejos del lugar.
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