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¿Cuánto tardas en picar la pared de la cocina?

Han pasado ya muchos años desde aquella tarde de jueves santo en la que tuve la genial idea de quedarme a estudiar y adelantar escritos en el despacho. Los autónomos, como todo el mundo sabe, tenemos la estúpida costumbre de trabajar a horas intempestivas o en jornadas festivas, no hay nada mejor que hacer cuando ya cumpliste los treinta y estás intentando salir adelante en la vida.  Pues eso, que son las cuatro de la tarde, no se oye un ruido en todo el edificio, ni en el entorno... habrá mareas en el centro, rondando la calle Larios, pero no alrededor de tu flamante y acogedora mesa comprada aprovechando una espectacular oferta de Merkamueble, cuando todavía no era un supermercado valenciano. Sabes que los vecinos del primero están -por vigésimo séptima vez- haciendo obras, pero hoy es fiesta, los albañiles no van a venir. Además, deben haber terminado ya de dar golpes, llevan casi un mes, no hay nada más que golpear en un birrioso estudio de cincuenta metros (exactamente igual al tu

El perro volador.

  - Niño, ¿duermes? -susurra una voz de mujer. Silencio. - Niño, ¿me escuchas? -la misma mujer con la misma voz repite.    Suena el silencio en el dormitorio, el viento silba fuera con furia. - ¡Niño, ¿me estás escuchando o qué?! -la voz y la mujer gritan. - ¡Mari, por Dios!, ¿qué quieres? ... -responde una voz medio dormida. - Oye, ¿has atado a Pulguita? - Sí, claro que sí. - ¿Estás seguro? -insiste. - Sí, claro, mujer, duérmete ya...   Pulguita es un perrito menudo y enclenque que recogieron de la calle cuando era un cachorro. Tiene las patitas delanteras muy cortas, la cabeza grande para su pequeño cuerpo, el estómago delicado y el pelo calamitoso. Pulguita es un angelito de color azabache , obediente y juguetón, con enormes orejas que se despliegan y saltan mientras trota feliz por el patio, siempre que el suelo no esté mojado, odia la lluvia. Pulguita es ligero como una pluma y cuando el viento sopla con ganas, él acaba volando de un lado al otro del

La tiranía de la mascota.

Hace unas semanas, uno de esos contertulios que pululan por las televisiones hablando de todo un poco, afirmaba que vivimos en "la tiranía de la mascota" . Según parece, quienes cuidan y quieren a sus peludos como parte de la familia están sometidos a esa "tiranía". Ignoro qué clase de régimen totalitario permite que los tiranos soporten el maltrato y abandono que sufren perros y gatos en nuestro país, tal como atestiguan cifras vergonzantes. Lo que sí sé bien es que gracias a muchas personas luchadoras, incansables, generosas, voluntarias... el inmenso daño que otras causan deliberadamente a los animales se minimiza, suaviza o evita.  Gracias de corazón a las organizaciones y los particulares que dedican su tiempo, su corazón y sus recursos económicos a mimar, sanar, buscar familia y despedir con amor a los "tiranos peludos". Gracias, especialmente, por vuestro coraje y resiliencia, superando día a día situaciones dramáticas, lamentables y, en muchas o

Aquella vez que me quedé en blanco.

Llegué a este mundo hace 46 años y desde el primer minuto he tenido siempre algo que decir. Aquella vez que me quedé en blanco fue la primera y la última a fecha de hoy. Tendría 22 de los 46, estaba plantada delante del tribunal que me  examinaba de Derecho Procesal Penal , la temida asignatura que muchos alumnos terminaban cursando y aprobando en Granada -aquí tenía su dificultad- y la primera pregunta fue: -"¿Qué sabe Vd. del recurso de apelación en el tribunal del jurado?". Dos líneas que recordaba en fluorescente amarillo en mis apuntes y poco más. Faltaban unas cuantas líneas más, manchadas de fluorescente verde, pero no fui capaz de recordarlas. -"¿No sabe Vd. nada más de este tema?". Pues lo cierto es que no (pensaba mientras ponía cara de gatito hambriento). Una hora estuve allí, respondiendo cuestión tras cuestión.   Una hora más tarde pude marcharme. Un par de semanas después  salieron las notas y la mía era un dignísimo "aprobado&quo

Un soplo de aire fresco.

Por cosas de la vida (más bien de la profesión), hace años (diría siglos), tuve la temeridad de ir a Elche en bus, por un temita penal.  Libro en mano, preparada para digerir ocho horas de trayecto, la realidad me sorprendió con ruidos extraños y humo blanco. La máquina se quedó encajada en el arcén, mientras atravesaba una montaña cualquiera.  Sapos y culebras salían de la boca de los pasajeros:  -      -  “¡M…! Y ahora… a esperar a que venga el de reserva desde Granada… veremos cuánto tarda… “ - decía alguien desde los primeros asientos. -       -  “¡No me lo puedo creer, no me lo puedo creer! Joder, para una vez que pillo el directo, que es más caro pero tarda menos, va y se rompe… “ -gritaba otro desde el fondo. -      -   “¡Me c… en la leche! Esto es gafe… el tercero, el tercero en dos meses… ¡autobús en el que viajo, autobús que se rompe !” -se lamentaba otra. En poco más de una hora se hizo de noche y bajó la temperatura. Juraría por mi gata que lo que se oía a lo lejo

"¡El que quiera quitarme la casa que me quite primero la escopeta!".

Durante la carrera, el Derecho Registral ya era de mis favoritos.  Ciertamente, la idea de “ coordinar realidad registral y extraregistral ”, así tal cual, costaba un poquito entenderla (o explicarla, no sabría decir).   Pero tuve suerte. Al poco de empezar a ejercer, un “ macro asunto ” me hizo comprender, de golpe y porrazo, qué significaba esa coordinación o, más bien, descoordinación: que la certificación catastral descriptiva y gráfica de una propiedad coincidiera total y absolutamente con la realidad y, a la vez, con la información obrante en el correspondiente registro de la propiedad es, con frecuencia, una utopía, magia, casi brujería. Y es que las discrepancias en los distintos niveles (realidad, registro, catastro ) suelen pasar desapercibidas durante años. Un día  el inmueble se mueve jurídicamente y las piezas no encajan.   Y entonces vienen las risas.  Una de mis clientas, Trinidad, estuvo mucho tiempo riéndose cuando, tras el fallecimiento de su esposo (2004), se p

La rosa tenía nombre.

En la película no atiné a escuchar ningún nombre para ella, creo que Adso tampoco.  Es lo que pasaba (y pasa) siendo mujer y pobre.   Pero la rosa tenía nombre, como todas esas personas, menores o no, que aparecen en algunas imágenes, fotografías y vídeos de asociaciones y fundaciones. Esas personas siempre tienen nombre, aunque (muchas veces) nadie nos lo diga. Podemos considerarlo dejadez e ignorancia (no sólo del nombre, sino de la Ley), también falta de respeto.  Esas personas, por muy complicada que sea la situación en que se encuentren, no son objetos . Y tienen nombre.  Esas personas, por muy sonrientes y optimistas que aparezcan ante las dificultades, están librando una lucha. Y tienen nombre. Esas personas, por muy salvadores que nos sintamos, no necesitan nuestra caridad sino nuestra solidaridad. Y tienen nombre. Esas personas no están ahí para que las fotografiemos y las utilicemos como un maniquí en un escaparate . Y tienen nombre. Ya sea inmensa, mediana o diminuta nue

El viaje del donante: "si lo sé no vengo".

Francisca dejó España hace décadas , marchó a Alemania y, después de un difícil periodo de adaptación, consiguió salir adelante y ahorrar algo de dinero. Allá por el 2010, no sé cómo ni por dónde, llegó a mi despacho y la acompañé en el proceso de compra de una pequeña casita en el campo , en el interior de esa Málaga que tanto añoraba.  El año pasado sonó el teléfono y ella estaba al otro lado: - "Patricia, ¿sabes quién soy?" -me preguntó. Francisca tiene un acento mitad malagueño mitad alemán,  la distinguiría entre mil voces. - "¡Cuánto tiempo sin saber de Vd.! ¿Cómo va todo, Francisca?". - "¡Pero bueno, si me ha reconocido!" - me respondió, visiblemente emocionada. - "¡Claro que sí! ¡Qué bien que guardara mi número!"  - " Por supuesto, en un papelito lo apunté y lo metí en la mesilla del salón. Cuando algo ha ido bien, hay que volver a ello". - "Estupendo, Francisca, de verdad que sí. Cuénteme, ¿en qué puedo ayudarla?".