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¿Cuánto tardas en picar la pared de la cocina?

Han pasado ya muchos años desde aquella tarde de jueves santo en la que tuve la genial idea de quedarme a estudiar y adelantar escritos en el despacho. Los autónomos, como todo el mundo sabe, además de defraudar a Hacienda sistemáticamente, tenemos la estúpida costumbre de trabajar a horas intempestivas o en jornadas festivas, no hay nada mejor que hacer cuando ya cumpliste los treinta y estás intentando salir adelante en la vida. 

Pues eso, que son las cuatro de la tarde, no se oye un ruido en todo el edificio, ni en el entorno... habrá mareas en el centro, rondando la calle Larios, pero no alrededor de tu flamante y acogedora mesa comprada aprovechando una espectacular oferta de Merkamueble, cuando todavía no era un supermercado valenciano. Sabes que los vecinos del primero están -por vigésimo séptima vez- haciendo obras, pero hoy es fiesta, los albañiles no van a venir. Además, deben haber terminado ya de dar golpes, llevan casi un mes, no hay nada más que golpear en un birrioso estudio de cincuenta metros (exactamente igual al tuyo). Error, amiga, craso error: siempre hay algo que golpear, siempre.

Son las cuatro y cinco y suenan estruendos en el piso de abajo, retumbando en todo el edificio. No pasa nada, seguro que pronto dejan de oírse. Error, amiga, craso error: una hora más tarde, ya no sé si estoy contestando una demanda o escribiendo mi testamento, el ruido suena más y más fuerte. Me hablo, me intento calmar, miro por la ventana, cuento ovejitas despierta, me siento y pretendo volver a explicar que el autobús turístico no respetó el ceda el paso. Los golpes no cesan y tengo que bajar a saludar, no hay otra.

Cojo el ascensor, pulso el segundo, salgo del ascensor y aprieto el timbre de mi vecino de abajo. Me abre la puerta un señor de azul, lleno de polvo, con un martillo en la mano. 

    - Hola, buenas, ¿qué tal?

    - Hola, ¿qué hay?

    - Pues mire Vd., soy la vecina de arriba y quería saber si va Vd. a estar mucho tiempo dando golpes.

    - Hombre, pues todo el día...

    - Vaya, qué pena... pensaba que hoy festivo no trabajarían...

    - A ver, ruido hay que hacer, señora. Seguro que Vd. también ha hecho ruido cuando le arreglaban su piso...

El caballero no fue maleducado ni habló en mal tono, al contrario, apostaría mi mano derecha y sé que no la pierdo, que él tenía tantas ganas de trabajar como yo de escucharle. Pero cometió dos errores (ya vamos empatados): el primero, llamar "señora" a una chavalita de treinta años (¡cuánto me dolió eso, por favor!); el segundo, suponer que los arreglos de mi piso "me los han hecho" y que el tiempo aplicado a ello ha sido el mismo que el que se tardó en construir la Catedral de Burgos. 

- Pues no se lo va a creer, caballero, pero en mi piso picamos la cocina hace unos meses para cambiar los nefastos azulejos que había puesto la promotora y en dos días, mi santo padre, mi santo hermano y una servidora habíamos acabado con el martillo, el cincel y los desquiciantes golpecitos... 

- Oh, vaya, bueno... nada, intentaremos hacer al menos de ruido, señora.

Podría decirse que así pareció, aunque una cosa es lo que uno intenta y otra lo que logra. Sin ir más lejos, yo misma intenté contestar a una demanda y, desde luego, lo conseguí, pero no ese jueves santo.


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