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ONGs, influencers y autobuses articulados.

Algunas colaboraciones entre ONGs e influencers chirrían más que los autobuses articulados.

Hace unos días me topé con varios stories de una "súper madre influencer" dedicados a la campaña de apadrinamiento impulsada por una ONG y, de repente, se me vino a la cabeza el desagradable ruido que producen estos autobuses: un intenso chirrido que te destroza los tímpanos si te pilla de pie encima de la articulación que une las dos secciones.

Esta madre es un animal de las redes sociales, una bestia con más de un millón y medio de seguidores en su perfil de Instagram, abigarrado escaparate de bienes y servicios, comprados, regalados o "colaborados". El escaparate incluye a sus ocho criaturas menores de edad, de cuyos nacimientos hay varios vídeos en su canal de Youtube. Su marido, con el que comparte prole, sale más bien poquito. 

La influencer demuestra bastante paciencia con los haters y una capacidad pulmonar sobrehumana que le permite recitar largas promos casi sin respirar, aunque a veces cueste entenderla.

Cuando una ONG toma la decisión de colaborar con una personalidad, lo hace (o debería hacerlo) tras un complejo y delicado proceso de análisis: la imagen de la entidad va a confiarse a una persona ajena a la organización de la que se sabe (a menudo, simplemente se espera) cumplirá expectativas y respetará el mensaje en armonía con los valores de la ONG.

Huelga decir que las expectativas, a veces, se ven frustradas. Quizá el perfil no encajó desde el principio, el responsable de comunicación lo advirtió y alguien (posiblemente, sin conocimientos en esta materia) animó a la entidad: "claro que sí, esta chica es un portento, tiene muchísimos seguidores, seguro que nuestros números suben si ella habla de esta campaña". Quizá el perfil sí encajó pero cambió durante o después de la colaboración. El daño que un salto al vacío de este calibre puede hacer a la reputación de una organización del tercer sector es enorme.

Llámalo vergüenza ajena o sentido común: estoy convencida de que cada vez que alguien dice "contestastes" en lugar de "contestaste" muere un gatito (ojo, salvo si lo canta Ana Torroja en "La fuerza del destino") y cada vez que un "perfil escaparate" trufado de "menores propios" colabora con una ONG chirría la coherencia y la lógica sufre un síncope.

Chirrían y gritan también algunos derechos (llevan años haciéndolo), destacadamente, los derechos al honor, propia imagen e intimidad de los menores del escaparate, derechos consagrados en normativa nacional e internacional que me vincula a mí, a ti y a las bestias de Instagram

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